Miguel Angel Morales Collazos

Posiblemente el caso venezolano no sea el único en este tipo de fenómenos asociados a la sismicidad, pero ciertamente dentro de la conducta del venezolano, es más que común y esperable que luego de ocurrir un evento sísmico se retomen temas y opiniones más cíclicas que los movimientos telúricos, así como la reaparición de temores que por lapsos mayores permanecen dormidos y hasta en el olvido. Cuando hago referencia al amarillismo es porque a la par de las sacudidas producidas por la liberación energética desde el subsuelo, se propagan rumores que pudieran competir con la velocidad de las distintas ondas sísmicas, y son hoy día los medios digitales (entre ellos las redes sociales) los que hacen acuse y sirven de medida de dicho efecto, pudiera una familia vivir por décadas albergando fisuras o grietas en sus viviendas sin notarlas jamás, hasta que un temblor les hace examinar la casa y mágicamente cada daño, desperfecto y hasta descuido exhibido en los hogares ha sido producido por el citado tremor; por otro lado se presenta una marcada elevación en la demanda de charlas y conferencias sobre prevención sísmica, con información siempre útil y bienvenida, pero que prontamente experimenta una caída en su necesidad de ser consumida y cae en el desuso y el olvido, poco dura el temor (científicamente conocido como tremofobia) que manifiestan muchos ciudadanos a los latidos de la Tierra.

Organismos como las protecciones civiles, bomberos, ONG’s y principalmente el ente rector en el caso venezolano: la Fundación Venezolana de Investigaciones Sísmicas (FUNVISIS), promueven de forma mantenida el acceso a información importante y programas de capacitación al respecto, enfrentando a menudo obstáculos serios para que la información llegue a sus destinatarios, obstáculos básicamente sociales, y dentro de los mismos podrían contarse la inapetencia al conocimiento, la priorización de otros temas más presentes y urgentes en la cotidianidad, el desinterés de los entes políticos y si, el escaso por no decir nulo registro de víctimas fatales en el presente más inmediato de la historia venezolana, cosa curiosa al saber que el territorio venezolano corresponde a una región eminentemente sísmica, con sistemas de fallas cuaternarias activas, antecedentes no solo de sismos destructores sino también de tsunamis (no olvidemos por otro lado que son más constantes los daños y pérdidas derivados de las lluvias o de la ausencia de estas a los cuales la población no teme pero cada año padece, pero muchos organismos en la Protección Civil solo se enfocan en simulacros por eventos sísmicos), pero que por razones circunstanciales que solo la naturaleza conoce, no se han cobrado las víctimas que nuestras espectaculares condiciones de vulnerabilidad sirven sobre la mesa y por cosas de la vida, el venezolano ya no sabe por qué razón es que la expresión «Se acabó Cúa» (frase que se popularizó en la población del mismo nombre luego de su segunda destrucción a raíz de un sismo en 1878) existe, pero si recuerda el persistente chisme de la época de la visita de Humboltd a la capital venezolana de que el Ávila (cerro Waraira Repano ubicado en la ciudad de Caracas) es un volcán.
El amarillismo no es exclusivo de los medios de comunicación, pero si de ellos ha sido la voluntad de que se siga calificando como terremoto a un evento sísmico cuando se caen casas y hay muertos, y como temblor, cuando solo se trata de una sacudida leve; el amarillismo se materializa con los mensajes que saturan las herramientas comunicacionales que confunden y deforman los acontecimientos reales y verificables, pero también se materializa con la conducta casi histérica de muchos que solo recuerdan que las casas se pueden caer si es que un sismo fuerte se genera, pero es que se pueden caer no solo si eso pasa, porque como bien me enseñó mi tutor de postgrado el Ingeniero Ronald Torres (docente de la UCV) «hay dos tipos de estructuras, las que se diseñan, y las que se caen», y en un país donde la autoconstrucción ha sido la norma, y el respeto a las normas constructivas constituye una excepción a la regla, no hace falta un sismo para que las casas se caigan, pero pese a esto, muchas veces estas no se caen. Entonces tenemos que luego de un sismo como el ocurrido el día 30 de agosto de 2017, con sus correspondientes réplicas, la ciudadanía en un buen número se vuelca a demandar información a los entes pertinentes (varios nombrados líneas arriba) y llegan a saturar la solicitud y prontitud de sus servicios, sería muy positivo que esto no pasara solo luego de un sismo, y que la preocupación ante los efectos de la dinámica terrestre con los sistemas sociales no desapareciera y se olvidara tan pronto. Pueden imaginarse que pasará cuando el sismo no sea una advertencia y por las ya referidas condiciones de vulnerabilidad se constituya en la derivación de una catástrofe, que en las circunstancias actuales del país con escasez de insumos básicos (alimentos y medicamentos), con la precariedad en la dispensación de servicios de asistencia social, y con una agenda política tan atribulada y preocupada de temas bien ajenos al bienestar ciudadano, pueda magnificarse de manera exponencial, al igual que la energía de dichos sismos.
Es necesario pasemos del reactivismo al prevencionismo, de desarrollar más la previsión que la corrección, de estar más informados para no caer en amarillismos ni reacciones propias de una película apocalíptica, pero ojo, revisen la historia, los terremotos en la historia venezolana se han cobrado la vida de repúblicas (1ra república venezolana) y de malas presidencias, por ello, no es el sismo el problema, sino cómo nos encuentra parados.